miércoles, 1 de febrero de 2017

GUILLERMO SAMPERIO: HISTORIA DE UN REBELDE, Antonio Valle (La Jornada Semanal)


Guillermo Samperio: historia de un escritor rebelde

Maravillas malabares: sesenta y ocho años de vida de Samperio, prologados por Javier Fernández.


A Hernán Lara Zavala

Guillóm, el personaje

En una presentación fuera de serie, es decir, alejada de los clásicos prólogos eruditos políticamente muy bien escritos, en el libro Maravillas malabares, (Cátedra, colección Letras hispánicas), Javier Fernández nos ofrece un retrato maravilloso de los malabares que Guillermo Samperio experimentó durante sesenta y ocho años de vida. Dicha introducción fue elaborada a partir de las conversaciones que sostuvieron el editor y el autor mientras trabajaban en el proceso de selección de la antología. Aquí, mediante el registro de expresiones absolutamente espontáneas, accedemos a los pensamientos más auténticos de uno de los maestros contemporáneos de la narrativa mexicana. Fernández dice que “Guillaume” para Guillermo Samperio “es el mejor de sus propios personajes” y tiene toda la razón. Hace algunos meses, mientras Luis Tovar y yo intentábamos acercarnos a un Guillermo Samperio ya muy perdido –o ido– en alguno de sus relatos, y ante la imposibilidad de generar algún tipo de contacto (el maestro ya no lograba reconocernos), nos propusimos escribir un relato en el que el protagonista principal fuera Guillermo.

El cuento que todos hicimos con el maestro Samperio

Al parecer Guillermo Samperio tiene una anécdota –íntima, fantástica, verosímil e incomprobable– con todos los que hemos escrito acerca de él después de su muerte. La verdad (al menos ese tipo de veracidad a la que se refiere Javier Fernández cuando dice: “en un mundo de mentiras y falsas realidades, nada hay más cierto que la ficción”) es que después de que lo vimos protagonizar un breve altercado con alguno de los parroquianos que toman café en el Sturm und Drang –nombre ficticio del establecimiento ubicado en la colonia Narvarte donde solemos tomar café–, Luis y yo estuvimos de acuerdo en que era el momento de comenzar a escribir una historia fantástica de Guillóm.


El Campus de Narvart

La verdad es que nos quedamos asombrados y fuimos viendo con angustia cómo el gran narrador chilango, nuestro amigo, maestro y colega viandante de la colonia Narvarte (de la que ya puede escribirse una historia de narradores y poetas, entre los que además de Guillóm deberían aparecer Parménides García Saldaña y José Agustín, entre otros rebeldes educados en el Campus de Narvart) se iba borrando bajo una constelación de tatuajes, collares y pulseras hippies, mientras conversaba consigo mismo en la calle de Yá-catas, esa hermosa vía poética, arbolada, florida y tan poco transitada que corre paralela a la gran avenida Cuauhtémoc. “Oh, Guillaume, dejaste una historia a medias, seguiremos escribiéndola” –esta fue la frase publicada en Facebook el día que me enteré de su muerte.

Guillermo Samperio viene de arrabales tan pobres y es tan consistente su radicalidad, que muchos de sus fúnebres comentaristas ya han cambiado de bando. De lo fantástico pasaron a un realismo vulgar y de la izquierda sesentera se corrieron a una derecha egoísta y posmoderna. Por lo pronto, sigamos con los lugares comunes en torno a su apariencia, locura, tics y a su genuina extravagancia. La verdad es que el maestro cada vez se iba quedando más y más solo, parecía haber generado una estrategia narrativa con la que accedía a una especie de twilight zone desde donde, de vez en cuando, se daba algunas escapaditas para tomar café, fumar y sustentar alguna tesis literaria alucinante. Después de la paulatina (aunque paradójicamente inesperada) desaparición de Guillóm, nos ha sorprendido saber que más de un amigo le había presentado a Guillóm a otro amigo, éste a otro y así sucesivamente. Era como si Guillóm hubiera tejido una red de relaciones en la que varios “residentes” de los Campus de Narvart estábamos secretamente conectados por el tejemaneje narrativo deGuillóm, quien hacía de la vida real y de la vida ficcionada una sola cosa. La verdad es que era un tipo absolutamente auténtico, por lo que a veces su trato resultaba algo áspero. Algunas de sus discípulas dieron cuenta de cómo Guillermo aparecía en la escena cultural golpeado físicamente.

La trompeta y la “mamazota”

Era como si el vidente de la W (la constelación de Casiopea) tuviera abierto un canal de interacción muy directo con su inconsciente y con el inconsciente colectivo de algunos personajes de colonias y capitales remotas como la ciudad de Mérida, donde lo conocí hará tres o cuatro años, cuando Hernán Lara Zavala me lo presentó en un congreso de literatura. Aquella tarde, terriblemente calurosa, abordamos una camioneta llena de escritores y maestros de literatura. La travesía resultó tan asfixiante que, cuando estábamos por salir de la ciudad blanca,Guillóm y yo le pedimos al conductor que nos dejara en un paraje desde el cual le llamaría a un amigo para que nos diera un “aventón” al Puerto de Progreso. Mientras llegaba, Guillermo y yo buscamos la sombra de una escuálida palmerita. Ahí, parados de perfil para cubrirnos del bravísimo sol, Guillaume me contó una historia en la que aparecían músicos, criminales, cirqueros y bellísimas mujeres que me recordaron algunos pasajes de la Santa María de Juan Carlos Onetti. En medio del calor alucinante me dijo que hacía muchos años su padre le había comprado una trompeta, instrumento que abandonó para dedicarse a los cuentos, pero que tan pronto llegara a la Big City buscaría el viejo instrumento que lo haría “transportarse”, como el sabio hindú Narada Muni, por el tiempo y por el espacio. Sin embargo, lo más importante de su relato era que antes tenía que encontrar una alumna-maestra. Tal vez su relato, sugestionado por las elevadas temperaturas que esa primavera se registraron en la Península, hizo que Guillóm alucinara un poco de más, así resultaba que mientras él le daba clases de trompeta a una de sus clásicas y exuberantes “mamazotas” (de las que habla Hernán Lara en el material de lectura de la unam que le dedicó a Samperio), al mismo tiempo él recibiría clases en una especie de toma y daca, de solfeo erótico, musical y corporal que sostendría con su bellísima alumna. Pronto olvidé aquella trama que no alcancé a comprender del todo, ya que antes de que Guillaume terminara de contarme la historia apareció mi amigo para liberarnos del calor infernal.


Sobre el muerto las Coronas

La verdad me costaba mucho imaginarlo como un burócrata cultural. Frente a mi estaba un verdadero rebelde, luciendo una larga cabellera y un tatuaje de John Lennon. Algo había en este hombre ya maduro que lo hacía verse como un joven locuaz y terriblemente inteligente. Ahora que sobre el muerto han caído las coronas, percibo que buena parte de los cronistas, críticos y comentaristas exegéticos que recién han abordado la vida y milagros de Guillermo Samperio, además de señalar que es uno de los más importantes cuentistas, recuerdan (como al paso) los elogios que Guillermo Samperio prodigó sobre tal o cual libro (generalmente una publicación del propio comentarista), lo que podría traducirse como: “Bueno, si ya lo ha dicho el gurú de la narrativa, de aquí en adelante podemos asegurarnos algún enchufe con la burocracia cultural y la consiguiente derrama en especie o en efectivo.”

Tengo la impresión de que existen dos tipos de admiradores de Guillóm: aquellos que lo apreciaban y comprendían (con todo y sus insolencias) y quienes súbitamente se han vuelto “pares” del genio creador, amigos del máximo exponente del cuento mexicano contemporáneo.

El mágico campo de los relatos

En algún lugar dijo Samperio: “Pensé que México debería tener su propia magia, su propia literatura fantástica… y dije, yo voy a poner aquí mi grano de maíz literario en este país para cooperar para una literatura fantástica mexicana.” La verdad es que el grano de maíz literario se convirtió en un campo de historias en el que brilla, como dice Edmundo Valadés, con un lenguaje “muy personal, muy suyo, muy de un estilo que acabaremos por reconocer como samperiano”; pero sobre todo (con la contundencia de Carlos Monsiváis) que en una época donde “la frustración de las pasiones radicales, destruidas o envilecidas o postergadas por la represión, el abandono individualista, las demostraciones de socialismo real… Samperio, con excelencia y de modo personal reconstruye ese viacrucis sin atenerse a fórmulas”. Notable definición de una narrativa producida gracias, entre otras cosas, a una vida que es tan alucinante como su obra, ya que Guillaume, antes de ser –probablemente– el cuentista más importante de los últimos tiempos en México, ejerció innumerables oficios: fue cargador de víveres en un mercado, ayudante de abarrotero, raterillo, “aprendió a meter el palo en leche o agua antes de que se congelara la paleta”, fue vendedor de huevo y longaniza a domicilio, vendió planchas de pésima calidad, fueoffice boy (correveidile), gran dibujante, músico y cómico en ciernes, además de funcionario cultural en oficinas de gobierno. Con semejante currículum es natural, siendo, como él mismo decía, que era una suerte de alien o ciudadano que provenía de la constelación en forma de w llamada Casiopea, que alcanzara a visualizar un país de múltiples injusticias y que además tuviera una perspectiva profundamente crítica con el sistema político imperante, ya que en 1968 fue secuestrado, torturado y encarcelado. Fue militante en distintos grupos revolucionarios y dirigente del “espartaquismo integral”, concepto que me hizo recordar ciertos argumentos y pasajes de la novela Los detectives salvajes y su “realvisceralismo”, argumentos que empalidecen hasta volverse nada, no sólo ante la calidad literaria de la obra de Samperio, sino especialmente ante las experiencias de una vida que incursionó con una auténtica radicalidad política, poética y literaria, producto de una pluma notablemente diestra (también si-niestra) sumamente sensible, curiosa e inteligente. En ese sentido, la vida deGuillóm puede servir de ejemplo e ilustrar la vida ardua y sinuosa de un buen número de escritores y artistas que, a contrapelo, han hecho evolucionar la vida cultural del México contemporáneo. Desde la década de los años setenta y hasta nuestros días la vida, obra y milagros de maestro Samperio se ha dejado sentir de muchas maneras no sólo en el Sturm und Drang de la colonia Narvarte, sino en los grandes y pequeños recintos culturales y literarios de México, Cuba, Italia, Estados Unidos, etcétera, porque además de ser un narrador prolífico, Guillaume fue un verdadero productor y generosísimo consejero de jóvenes escritores que participaron en los talleres que impartió por todo el país, así como con aquellos que leyeron “Cómo se escribe un cuento. 500 tipspara nuevos cuentistas del siglo xxi”.


Instrumento del juego favorito

De vuelta al Sturm und Drang, frente a dos tazas de café, Luis y yo convenimos en que, a diferencia de Hamlet diciendo: “¿Por qué pensáis que es más fácil hacerme sonar a mí que a una flauta? Llamadme con el nombre del instrumento que queráis: aunque podéis estirarme las cuerdas, no podéis tocar conmigo”, tal vez pueda “tocarse” algo de Guillaume con “La trompeta de Deyá”, texto en el que Mario Vargas Llosa recuerda a Julio Cortázar ante su muerte: “De rato en rato, oigo desafinar una trompeta. No hay nadie por los alrededores. El sonido sale, pues, de ese cartel del fondo de la sala, donde un chiquillo larguirucho y lampiño, con el pelo cortado a lo alemán y una camiseta de mangas cortas –el Julio Cortázar que yo conocí– juega a su juego favorito.” Ante el amenazante vacío que ha dejado el maestro Samperio y la imposibilidad de cerrar el relato que me contó bajo la sombra caliente de una palmera yucateca, pienso que tal vez Guillóm se encuentre tocando el mismo instrumento que toca Julio Cortázar, el escritor que él más admiró y quiso, sólo que el maestro Samperio lo hará apretado a una descomunal “mamazota” brillando en una vecindad ondulante de los Campus de Narvart 

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